OPINIÓN

Miles Morales, Ahsoka y los remakes de Disney: Cómo la obsesión por el live-action perpetúa los estigmas de la animación

Casi cada mes se anuncian nuevos proyectos en acción real de productos animados de Disney, Star Wars o Dreamworks, sin saber que estas nuevas versiones socavan el valor y la identidad del material original.

Por Carlos González Manzano Más 10 de Agosto 2023 | 11:30
Periodista crepuscular que vive en las viñetas de Tintín, los mundos de Tolkien y las películas de Ghibli

Comparte:

Miles Morales, Ahsoka y Simba
Miles Morales, Ahsoka y Simba (Sony, Disney)

Es habitual asociar la figura de Walt Disney, junto con personalidades como Steve Jobs o Bill Gates, con el emprendimiento, con ese férreo afán de salir adelante, de triunfar cueste lo que cueste, de obsesionarse con el trabajo y sacrificar tu existencia misma si es necesario; de alguna forma, ayudó a cimentar esta visión idealizada (y equívoca) del "entrepreneur" que tanto imitador descarriado y neoliberal le ha surgido. Pero no es ningún secreto que Disney tuvo piedras en el camino. Provino de un origen humilde, rozó la bancarrota en varias ocasiones y se la pegó en otras tantas, generalmente, claro, cuando se desvió de las películas animadas. Daba igual que Disney revolucionase para siempre la industria de la animación, que produjese la primera cinta animada a color y con sonido, 'Blancanieves y los siete enanitos', o que se alzase con 22 Óscar a lo largo de su carrera: la industria no le tomaría en serio si no triunfaba con una película de imagen real.

La pugna (cansina, elitista, fútil) entre cine de animación y cine de imagen real lleva dándose casi desde que el cine es cine. La Academia tardó un siglo en otorgarle una categoría propia al cine de animación, que se saldó con la victoria de 'Shrek' (y la de Dreamworks contra Disney, por cierto). Las malas lenguas dicen que fue porque la animación le estaba comiendo el terreno, hasta el punto de que una de las piedras angulares del Renacimiento de Disney, 'La bella y la bestia', logró colarse en la categoría de Mejor película. La solución era sencilla: con una categoría exclusiva de animación no había riesgo de que le arrebatase el premio gordo al dramón real, al de personas de carne y hueso, al serio de verdad. De esta manera, se relegaba a las películas animadas a una categoría sobre la que se pasa de puntillas, y ni siquiera cabe esperar una mísera nominación a Mejor película (con contadas excepciones, como la de 'Toy Story 3' en 2011 que, por supuesto, no se la llevó).

Quizá es demasiado generoso fiar el triunfo o el fracaso de una cinta por su relación con la Academia, como si los Óscar no fuesen una pantomima en la que influyen muchos otros factores y que cuenta con un sistema de voto bastante cuestionable. Guillermo del Toro no se desgañitó la pasada temporada de premios gritando allá por donde iba que "La animación es cine", y mostrando orgulloso su pequeño Pinocho, como para que sigamos con estas conversaciones arcaicas, pero es muy difícil no tirarse de los pelos cuando día sí y día también se anuncian remakes en acción real de productos animados, polarizando la opinión entre el jolgorio de los fans acérrimos y el hastío de los que lo ven innecesario. Hablamos, claro está, de los remakes live-action de los clásicos de Disney, pero la lúgubre sombra de arruinar una premisa animada para transfigurarlo en algo tediosamente tangible y real también se expande más allá de las fronteras del Ratón Mickey.

Los clásicos y su circunstancia

Sería bastante pobre condenar los remakes de Disney solo porque la compañía busca (y encuentra, aunque cada vez menos) un nuevo filón con el que seguir explotando sus grandes clásicos y llenando unas arcas ya de por sí insondables. Este no es sino otro movimiento inteligente de explotación después de que su anterior vía de exprimir su clásicos (las secuelas directamente a DVD de los 2000) ya no le generase más billetes. Que no os engañe la nouvelle vague y su venenoso romanticismo: el cine es negocio, y como tal debe responder ante previsiones, números y garantías. El problema de estos remakes va más allá de la cuestión monetaria, se trata de un problema germinal, de concepto. ¿Es necesario volver a ver las mismas historias que ya hemos visto pero quitándole toda la imaginería visual que le otorgaba el medio animado? Pues, como muchas respuestas de esta vida, sí y no.

'La sirenita'

Los clásicos son hijos de su tiempo y esto se traduce en, generalmente, comportamientos o ideologías ya del todo anticuadas, como el trato estereotipado hacia la comunidad indígena en 'Peter Pan' o la representación racista con los cuervos de 'Dumbo'. Estos daños colaterales producidos por la mentalidad de la época deben ser avisados y revisados, pero nunca cambiados. No deben suprimirse estas escenas igual que no deben modificarse las novelas de Agatha Christie para adaptarlas a las "nuevas sensibilidades". Al final, cada película es única, es ella y su circunstancia, y querer aplanar a todas con el mismo patrón significa darse de bruces con la propia complejidad del ser humano. No se debe juzgar el pasado con los ojos del presente, pero sí se deben aprender de los errores del pasado para no volver a repetirlos en el futuro. Como declaró Javier Bardem a propósito del estreno del remake de 'La sirenita': "Hay una generación de niños y niñas a los que el clásico del 89 ya les queda antiguo". Los remakes juegan la carta de la diversidad y la representación (además de la impresionante explotación de la nostalgia) para encontrar su razón de ser, llegando al punto de querer saldar ciertas cuentas con el pasado; le ocurrió algo similar a Steven Spielberg con su 'West Side Story' donde, a diferencia del clásico musical de Robert Wise, actores latinos interpretan personajes latinos y no hace falta embetunar a nadie.

Pero bueno, que nos desviamos. El caso es que en este éxodo masivo de la animación a la imagen real subyace también una intencionalidad de aceptación, como si fuesen a tomar más en serio la cinta ahora que aparecen personas de carne y hueso. Claro, el público general verá que ya no es "de dibujitos" y ahora sí merece su respeto. Este respeto hacia los remakes se fundamenta en dos claves. La primera es el enorme arraigo cultural que tienen los clásicos animados en nuestra vida, donde no concebimos nuestro día a día sin recordar un gag gracioso de Timón y Pumba o tararear alguno de los temazos que Phil Collins compuso para 'Tarzán'. La segunda es lo bien que funciona en taquilla este fenómeno, en cuyos albores 'Alicia en el País de las Maravillas', de Tim Burton, superó los mil millones de dólares convirtiéndose en un presagio de lo que vendría.

La fiebre de los remakes dio el pistoletazo de salida en 2014 con 'Maléfica', pero fue la película de Burton la que nos hizo soñar, la que podía augurar una nueva versión de esos clásicos animados mezclados con un torrente estilizado y visual de algún director competente. Se preveía una especie de reimaginación de los clásicos que trabajara con la nostalgia y no para la nostalgia; puestos a contar lo mismo, se agradecen cambios de alguna índole, vueltas de tuercas visuales o narrativas (aunque el blanqueamiento a villanas como 'Cruella' da para otro artículo). No fue así. Para sorpresa de nadie, cualquier atisbo de cambio respecto al material original suscitaba airados cabreos que, por otro lado, permitió a la compañía relajarse y buscar lo fácil. No hay mal que por bien no venga. Disney comenzó a copiar, plano por plano, sus clásicos y a emplear en ello un hiperrealismo horripilante, dando como resultado las tazas de 'La bella y la bestia', los animales de la sabana de 'El Rey León' o los peces de 'La sirenita'. Seres desprovistos de todo lo que les hizo carismáticos en su versión animada, despojados de vida y gracia, más cercanos a un documental de National Geographic que a una pulsión artística y narrativa. El genial fondo de armario de personajes de la Disney más prolífica venía arropado por un diseño imaginativo y plástico que le confería un estilo definido, icónico. La búsqueda de un realismo total se antoja tan disparatada como estéril, llegando a contradecir la esencia misma de estos personajes. Y eso cuando aparecen, que aún duele la ausencia de Mushu en el remake de 'Mulan'.

Esta obsesión por convertir todo en live-action, si bien no deslegitima la animación (pues todos, incluidos los propios autores, somos dolorosamente conscientes de que cualquier nueva versión no estará a la altura de su predecesora), sí que perpetúa estigmas y escepticismos hacia el cine de animación. Si necesitas de una versión realista para llegar al gran público, no le estás otorgando ninguna oportunidad a tu cinta animada de lograr ese objetivo. Y la cosa está lejos de parar, al menos en un futuro cercano. Están previstos multitud de proyectos que tratarán de revivir clásicos como 'Hércules', cuyos directores, los hermanos Russo, ya avisaron de que sus temas estarían inspirados en los bailes de TikTok (oh, dios), 'Lilo y Stitch', a cuyo remake deberemos de ir con pies de plomo para ver qué harán con la versión real del adorable monstruito azul, 'Moana', que se estrenó hace escasos 8 años y ya es imperioso hacerle remake, o 'El Rey León', del que pretenden hacer una franquicia por sí sola. Sí, sí, con precuela de Mufasa y todo. Se nos queda un panorama bonito.

Et tu, Miles?

La industria hollywoodiense es acción-reacción, y si algo lo peta a niveles estratosféricos ha de ser copiado y reproducido a escala mientras suena en la cabeza de los directivos una caja registradora abriéndose. Ya le pasó al Universo DC, que, receloso, miró de reojo al Universo Cinematográfico Marvel y se apresuró a seguir sus pasos, con catastróficos desenlaces que aún hoy en día tratan de mitigar (el descalabro de 'The Flash' podría suponer un antes y un después para la Warner superheróica, cuya única salvación queda en manos de James Gunn). Pero si el universo cinematográfico fue una patente de Marvel, rápidamente tuvo que reinventarse y, de nuevo, tirar de los cómics originales para subirse al carro del nuevo canon que seguirían las grandes producciones generalmente superheróicas: los multiversos. En algún punto difuso entre 'Avengers: Endgame', 'Spider-Man: No Way Home', 'Loki' o 'Doctor Strange en el multiverso de la locura', el entramado marvelita pasó de denominarse UCM a MCM (Multiverso Cinematográfico de Marvel), dando lugar a (todavía más) tramas superpuestas, personajes de las series de Disney+ que se suman al carro y, en general, una aglutinación recargada que pone a prueba la paciencia y el tiempo libre de sus fans.

Justo antes del advenimiento de los multiversos (tropo narrativo del que ya estamos todos agotados) entra en escena Miles Morales. Sí, ese personaje tan querido por los fans de la Casa de las Ideas que no entiende su razón de ser sin el apartado multiversal: él mismo es otra variante del Spider-Man clásico de Peter Parker. Su figura es una pieza clave para entender tanto el cine posmoderno animado como la lacra que se vive en la actualidad de querer humanizarlo todo en imagen real. En 2018 se estrenó 'Spider-Man: Un nuevo universo' y cambió las reglas del juego para siempre. De las viñetas del gran Brian Michael Bendis a la pantalla grande auspiciado por Phil Lord y Chris Miller (las mentes pensantes de 'La LEGO película'), Miles es el primer afroamericano en llevar la máscara, lo que ya le otorga a la película un valor cultural y representativo más que reseñable. Pero, además de esto, fue una cinta crucial y pionera a casi todos los niveles: inauguró el multiverso cinematográfico como recurso narrativo y revolucionó la historia de la animación mezclando animación tradicional con animación 3D.

'Spider-Man: Un nuevo universo'

Nunca antes una película basada en un cómic se había sentido tan inmersiva y fiel. Trazos a medio acabar, recursos de las viñetas como bocadillos, imagen partida en cachos o cambios en los frames por segundo fueron solo algunas de las proezas de esta nueva corriente de animación que 'Spider-Man: Un nuevo universo' trajo a la palestra y que, por supuesto, es algo inviable en acción real a no ser que te inventes una genialidad estilo '¿Quién engañó a Roger Rabbit?'. La película abrió el camino para muchas que han venido después (y que han copiado su estilo, como 'Los tipos malos', 'El gato con botas: El último deseo' o la nueva versión de 'Las tortugas ninja') y puso a Miles en el mapa. En cuanto le conoció, el público masivo quiso verle en el fulgurante UCM que ya iba camino de su glorioso zénit con 'Avengers: Infinity War', y hasta en 'Spider-Man: Homecoming' se le llegó a referenciar un año antes por medio de su tío (interpretado por Donald Glover), dejando caer que existía una versión real en el mismo universo por el que caminaban Ironman, el Capitán América o Thor.

Con el estreno de su secuela, 'Spider-Man: Cruzando el Multiverso', el actor que pone voz a Miles, Shameik Moore, ya ha declarado que le encantaría encarnar al superhéroe en acción real. Hasta Tom Holland está dispuesto a apadrinarle en el UCM y convertirlo en su ¿sucesor? Pero hay varios problemas con esta premisa. La primera es que Moore tiene 28 años, lo que le imposibilitaría interpretar a un quinceañero como Miles, aunque no sería la primera vez que casi treintañeros hacen de adolescentes, ¿Verdad, Andrew Garfield? ¿Verdad, Tobey Maguire? La segunda (y mucho más importante) es que Miles Morales no necesita de una versión real para legitimarse. Al contrario, es bastante probable que un Miles de carne y hueso palidezca contra el de la saga del Spider-Verso, porque los glitchs, los colores y los distintos estilos de animación forman ya parte intrínseca de él. El impacto que ha tenido en el medio animado no es ni comparable al impacto que puede tener en un UCM cansado, veterano y acostumbrado a tener de fondo una paleta visual ya bastante abusada. Es innegable que sería curioso ver a Miles Morales en imagen real, pero no es una condición irrefutable para que este sea valorado como es debido por el público general. O no debería serlo, vaya.

Esta tendencia está haciendo que Hollywood reescriba una lista de fenómenos animados que llevar al live-action. Sin contar con la adaptación de 'One Piece' (ya que se podría considerar que el anime se mueve en otros cánones) de la mano de Netflix, la última infectada ha sido la maravillosa 'Cómo entrenar a tu dragón' que, si bien no es un portento animado per se, sí que cuenta con una originalidad en los diseños de los dragones que pueden quedar totalmente arruinados en imagen real. Si Disney ha conseguido convencer a Dreamworks, ¿cuánto tiempo le queda a Pixar? ¿O a Studio Ghibli? ¿Cuánto tardaremos en ver un tristísimo 'WALL-E: Batallón de limpieza' de acción real? ¿O a 'Los Increíbles' siendo un subproducto visual de Los 4 Fantásticos? ¿Cómo lograrán mantener la magia de 'El viaje de Chihiro' en una aburrida sucesión de planos realistas y animales creíbles? Al menos para el que escribe sería prácticamente imposible encontrar complicidad o empatía en un Nemo o un Remy recreados a la perfección en una versión real. Su "versión real" es su versión animada, por mucho que se empeñen los de la caja registradora.

Una galaxia muy, muy cercana

'Star Wars' tampoco se libra, ni mucho menos. A favor del conglomerado creado en su día por George Lucas con 'Star Wars: Episodio IV - Una nueva esperanza', hay que decir que tanto 'Star Wars: The Clone Wars' como 'Star Wars Rebels' han sabido expandir el universo galáctico en clave animada, dando como resultado rostros ya míticos como el de Ahsoka, que ha logrado convertirse en un personaje crucial de 'Star Wars'. Desde las oficinas de Kathleen Kennedy comprobaron cuán gustaba la Jedi, por lo que no dudaron en ponerla al mando de una nueva serie de acción real. 'Ahsoka' llevará a imagen real muchos de los personajes vistos en 'Rebels, y reproducirá hasta escenas concretas vistas en la serie animada. El chiste se cuenta solo. Claro está que el recorrido de Ahsoka puede abarcar mucho más de lo visto hasta ahora, pero la incipiente necesidad de la industria por llevar todo a la acción real termina por denostar e infravalorar la animación, cuando en el caso de la togruta tampoco se entiende su nacimiento sin el medio animado.

'Ahsoka'

Ahsoka y Miles tienen mucho que ver. Son personajes (relativamente) nuevos en franquicias muy viejas, son sangre fresca, tótems que han cogido ipso facto las riendas y han calado muy hondo en el público. Y todo ello sin necesidad de salir en pantalla grande encarnado por una persona de carne y hueso. Pero a todo cerdo le llega su San Martín, y es un San Martín bien celebrado a juzgar por la euforia de los fans galácticos al ver a Ahsoka dentro de 'The Mandalorian'; es una realidad que el cine animado sigue teniendo mucho menos público. El público quiere ver a sus personajes favoritos hechos realidad, quieren verlos "humanizados", homogeneizados con lo que están acostumbrados a ver. Quiere verificar esa sensación de cercanía que parece no alcanzar la animación por el mero hecho de jugar con otros registros, con otras perspectivas visuales. Es un tanto paradójico, y más dentro del variado y exótico universo de Star Wars, donde millones de razas coexisten, cada una con una forma corporal, color de piel y dialecto distinto.

Por eso mina la moral que los fans de Star Wars pidan a gritos una serie de Cal Kestis a pesar de tener el videojuego. Resulta frustrante cómo todo aquello que no está interpretado por actores y actrices no merece la etiqueta de "canon" o "válido". Cameron Monaghan hace un trabajo estupendo en 'Jedi Fallen Order' que no necesita ser llevado a cines o a televisión. Esta deslegitimación de lo animado en busca de lo real provoca que muchos de los productos animados aún no se tomen tan en serio por el gran público. ¿Cal Kestis no existirá hasta que no aparezca rondando por Disney+? ¿Su aventura queda menospreciada por pertenecer al mundo de los videojuegos? Precisamente la animación (en este caso también en el apartado de los videojuegos) aporta una diversidad de medios, de carácter y de idiosincrasias que sí representa el verdadero espíritu del universo compartido (o expandido, o como diablos lo quieran llamar) que tanto buscan las franquicias en estos tiempos. En la forma también está el contenido.

Termino estas reflexiones airadas (que provienen, precisamente, de un inmenso amor por las películas, series y videojuego que aquí se han tratado, no me malinterpreten) concediendo que la animación -cada vez más- va ocupando el lugar que corresponde y merece, pero observo con tristeza que nunca dejará de ser un medio minimizado, destinado a entretener a niños como el festival formulaico que es 'Super Mario Bros.: La película' o a alcanzar técnicas revolucionarias pero reducidas a éxitos reconocibles solo a nivel formal, como la sobresaliente 'Loving Vincent'. Puede que la animación nunca alcance la legitimidad que tiene el cine de acción real, en el que puedes ver paisajes o personas que reconozcas, que sientas como propias, en el que no te chirríen escenas de colores variopintos o personajes demasiado distintos (y por tanto lejanos) a ti, pero, al menos, dejen en paz las grandes cintas animadas de las últimas décadas, aquellas que nos hicieron soñar con otros mundos, con otros seres. No socaven su esencia en pos de adecuarla a los cánones visuales estandarizados, en pos de otear un realismo que, paradójicamente, no se mantiene fiel a la realidad del personaje. Versión real no tiene por qué ser una imagen realista, y si no que se lo pregunten al candelabro Lumière.

Series
Sagas