CRÍTICA

'Dolor y gloria' es la película más sencilla, honesta y dolorosa de Almodóvar

La 21ª película de Pedro Almodóvar llega a los cines, un poco entre la confesión y el testamento.

Por Javier Pérez Martín 20 de Marzo 2019 | 11:22

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Hay pocas películas más íntimas y personales que la última de Pedro Almodóvar. Es algo incluso incómodo a veces, cuando se revelan los detalles más turbios o los más dolorosos de sus personajes y no sabes con toda seguridad cuánto de autobiográfico hay en 'Dolor y gloria', pero sientes que todo lo que hay en la pantalla es verdad, de una forma u otra. Hay algo de testamento y algo de confesión en esta película, lo que viniendo de un director tan enraizado en el catolicismo más de pueblo, de mantilla y susurros, cobra un significado especial. ¿Sentirá Almodóvar la necesidad de confesarse como la señora manchega que lleva toda su vida luchando para no ser pero inevitablemente es?

'Dolor y gloria'

Obsesionado con el valor del cine como experiencia sensorial y colectiva (uno de los muchos mensajes que tiene 'Dolor y gloria' está en los recuerdos del cine de verano de la infancia de su protagonista, el blanco de la pantalla, el olor a pis, el calor pegajoso de las noches estivales, todos ellos condimentos que el todopoderoso Netflix no puede ofrecer en su inabarcable menú), Almodóvar convierte su última película (y a ratos sí que parece de verdad que sea la última, la definitiva, su despedida) en una conversación entre él y nosotros. Sus fans y sus detractores (o eres una cosa o eres la otra), los que le dicen "cada película tuya que se estrena es un acontecimiento" y los que le preguntan si va a ser un drama o una comedia. "Eso nunca se sabe", responde Almodóvar, perdón, Salvador Mallo (las letras dan lugar a confusión, entendedme).

El nombre del protagonista, interpretado por Antonio Banderas (tanto él como Penélope Cruz tienen que volver a este director a por sus mejores papeles) no es la única pista que deja el director sobre esta confesión, que es clara y directa, como lo ha sido siempre su cine. También ayuda la propia interpretación de Banderas, que a veces es una imitación sin tapujos, y su caracterización: ese pelo de punta canoso, esas gafas de sol, esa ropa colorida. O la propia casa en la que vive este director de cine en sus horas bajas, que es una réplica de la casa de Almodóvar, con algunos de sus muebles y piezas de arte en las paredes.

En 'Dolor y gloria' está hilada la historia de Almodóvar: referencias a sus comienzos en la Movida madrileña ("qué pronto se te olvida, maricón", se dice a sí mismo el director por boca del personaje de Asier Etxeandia), tormentosas relaciones con sus actores, dolores físicos que le aquejan, resumidos en una de las escenas más modernas que veremos en los cines este año, y su inseparable unión con su madre, encarnada por Penélope Cruz en su versión joven y por Julieta Serrano en los últimos días de su vida.

'Dolor y gloria'

Almodóvar también conversa con su propio cine, como esa película ochentera ('Sabor') que bien podría ser 'La ley del deseo', lo que convertiría a Asier Etxeandía en una encarnación de Eusebio Poncela (pero no es momento de ponernos a elucubrar). Precisamente 'La ley del deseo' compone junto a 'La mala educación' y esta última una especie de trilogía que el propio autor ha admitido que habla de directores de cine, deseo y ficción. Tres cosas que han ido de la mano en su vida y en su carrera, y que se tocan en el inolvidable último plano de 'Dolor y gloria'.

Y ese tríptico sirve muy bien para representar tres etapas distintas del manchego, que ha ido refinando y enseriando (¿neutralizando?) su cine. 'Dolor y gloria' es tan "drama seco" como lo era 'Julieta', pero es esa sencilla honestidad que rezuma lo que la convierte en una experiencia única para los seguidores de su cinematografía. Una película que se disfruta aún más como "salseo" que como película solo se lo puede permitir alguien que no tiene nada que demostrar, amén de ser uno de los pocos directores verdaderamente estrella que quedan en el mundo.

'Dolor y gloria'

Porque la conversación más conmovedora es la de Almodóvar/Salvador con su pasado. 'Dolor y gloria' se siente como si el director hubiera desempolvado y abierto una caja que no quería abrir, y la abre junto a nosotros, y nos da un tour guiado por lo que en ella se encuentra. Las obras que se quedaron en el papel por demasiado dolorosas, el hogar de la infancia, todo pobreza y amor, las relaciones que murieron, las culpas y las culpabilidades. Quizá el mejor momento de los últimos 10 años de filmografía es ese primer deseo que desvela el último tramo de 'Dolor y gloria', el desmayo febril de un niño que suda un anhelo que no entiende del todo pero experimenta en sus carnes. Justo ahí, en esa escena, está esa experiencia sensorial que es el cine tal y como Almodóvar quiere preservarlo. Genios como él ayudan a que así sea.

Dos madres y sus hijos

Penélope Cruz no ha estado tan bien desde 'Volver', donde interpretó a otro tipo de madre sufridora, y Julieta Serrano vuelve a Almodóvar 30 años después de '¡Átame!' con una interpretación emocionante, descarnadamente sencilla, sin aspavientos. La Academia debería darle a su primer Goya, y no uno de Honor.

'Dolor y gloria'

Ella protagoniza una de las escenas más duras que tiene que escribir Almodóvar, en la que parece estar pidiéndole perdón a su madre y a la vez recriminándole sus faltas. El Almodóvar real nunca tuvo esta conversación con su madre, pero a través de Salvador Mallo, de 'Dolor y gloria' y de un Antonio Banderas que se entrega sin frenos, se permite a sí mismo la catarsis.

Y también a nosotros, los espectadores, y especialmente los hombres homosexuales, que entenderemos a la perfección esa extrañeza y esa soledad que como niños vivimos, y que nuestras madres vieron también, quizá muy a su pesar. Es curioso, casi 40 años después de su primera película, Almodóvar mira de frente a un dolor que en su cine siempre había tenido cabida pero, quizá por obvio, había pasado por alto. Pero es lo que tiene el dolor, a diferencia de la gloria, que se queda para siempre.

Nota: 8

Lo mejor: Los flashbacks a la niñez, casi un viaje sensorial

Lo peor: La sensación de ver a un director tan cercano despidiéndose